miércoles, 5 de octubre de 2016

EL YO-YÓ EN LOS 70 Y OTROS ASUNTOS...


   Sí amigos, yo también me quedé muy sorprendido al ver esta imagen de un joven griego jugando al yo-yó, en un kylix datado alrededor del año 440 a.C. (por cierto que tuve que buscar en internet lo que era un kylix, que no es más que lo que se viene en llamar una copa o cáliz de cerámica, al final).

   Sorprende el saber que una afición que nosotros creíamos privativa de nuestra generación, prácticamente, se remonta a siglos atrás. El cómo a alguien se le ocurrió el poner a un disco de terracota una cuerdecilla que lo hiciera subir y bajar a voluntad, es un misterio hoy en día, aunque algunas fuentes aseguran que este juguete procede de un artilugio utilizado para la caza, principalmente. También se han encontrado referencias en acuarelas indias del siglo XVIII y en grabados franceses de más o menos la misma época, manejando un artefacto llamado bandelore, precursor del yo-yó tal y como lo conocemos.

   En fin, la verdadera expansión de este juguete comenzó cuando Pedro Flores (empresario filipino-americano) abrió la primera factoría en California, la Yo-yo Manufacturing Company. Tan sólo un año después, ya inauguraba dos sucursales más de su empresa, en Los Ángeles y Hollywood, nada menos, tal fue el éxito del yo-yó entre la chavalería americana. 

Pero diría que el bombazo del yo-yó, la era dorada que se extendió a través de varias décadas (principalmente entre los 60 y los 70) fue la aparición de la fábrica Jack Russell, y su alianza con la marca Coca-Cola.


   
    En nuestro país, fue la marca Fanta (también de Coca-cola, evidentemente) la que esponsorizó los concursos. Una serie de profesionales (algunos de ellos procedían de USA) se encargaban de ejecutar trucos realmente habilidosos y muy complicados para los que nos iniciábamos en el arte del yo-yó. Casi todos dominábamos dos o tres trucos, como el dormilón, el perrito, o la vuelta completa, pero pocos llegaban al columpio o la magnífica -juro que lo ví con mis propios ojos- Torre Eiffel...



    En fin, todos ellos trucos que se ejecutaban en base a la duración de la rotación del yo-yó gracias a su lazo corredizo,
mientras se elaboraban complicados entramados con la cuerda del juguete. Estos yo-yós Russell eran, como si dijéramos, verdaderos instrumentos de precisión, perfectamente calibrados y capaces de ejecutar todas aquellas virguerías (ellos sí, el problema éramos nosotros), y además tenían un peso y una consistencia considerables, cosa que pude comprobar unas cuantas veces cuando tratando de efectuar algún truco específico, no hacía más que estrellármelo en la sesera. Contundente impacto sólo comparable al de las bolas Klik-Klaks en nuestras infantiles muñecas... La diversión exige, a veces, cierto sacrificio, se diría...



    Excuso decir que el precio de los tales yo-yós era algo elevado, así que, hasta que llegaba el feliz día en que conseguíamos el ansiado juguete, teníamos que conformarnos con los yo-yós de kiosco, sucedáneos algo cutrillos que no nos permitían ejecutar ni siquiera el más básico truco... Pero menos daba una piedra.









     A lo largo de los años, el yo-yó ha experimentado una serie de innovaciones puntuales destinadas a volver a "ponerlo de moda" temporalmente entre los chavales, al igual que de vez en cuando pasa con otros artículos, como las peonzas. Así pues, hemos asistido periódicamente al nacimiento de yo-yós tecnológicamente muy avanzados, como los que exhiben luces de colores o el más reciente, claramente basado en los principios del giroscopio...


     Éste último me trae a la memoria uno de los juguetes más recordados de mi infancia. No tanto por lo que disfruté con él (más bien poco) sino por lo original y avanzado de su concepto. El Rotomaster 70, de industrias Geyper (viendo el nombre del juguete, se entiende que no lo supiera manejar, con apenas 7 años)... Lo tuve una semana en casa, y no conseguí hacerlo funcionar bien. Recuerdo que mi madre se rascó bastante el bolsillo para comprármelo, porque era algo carillo. Cuando al fin, frustrado, le hice ver que no podía jugar con aquello en condiciones, logró devolvérselo al querido Sr. Alfonso, nuestro proveedor de baratijas, chuches y juguetes (que ya tuvo su entrada en este blog), y aquí no ha pasado nada. Bueno, sí: se me quedó una espinita de frustración, la verdad...




     De todas fomas, y ya como colofón: Injugable, pero...

 !QUÉ BONITO ERA!






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