martes, 7 de febrero de 2017

LA CAJA DE PASTELES HEREDADA







Cuando era un niño, e iba a visitar a mi abuela materna, me quedaba totalmente alucinado con los dibujos de mi tío Emilio, que por entonces, era un jovencito de veintipocos años.

Mi tío no estaba muy "bien". De pequeño sufrió una mala caída y vivía en un mundo muy particular, por decirlo así. 


Hacía y decía cosas raras, pero era muy amable y simpático conmigo... Y dibujaba como los ángeles (si estos dibujasen, que no lo sabemos). 
Aún lo recuerdo perfectamente en la iluminada galería de aquella plantita baja, con el jardín de fondo. Esa mañana de primavera de 1971 se afanaba trabajando sobre una nueva ilustración: Blancos cisnes nadando en un estanque. De pronto me miró, guardó sus pasteles cerrando la cajita y me la entregó junto con los difuminadores de cartón. «Ya no voy a dibujar más. Te lo regalo todo.»

Y no volvió a dibujar más, por lo que yo sé... Yo tendría unos 8 años, y me sentí en aquel momento como si mi tío me pasase el relevo de algo, sujetando aquella cajita, ilusionado y con cierto sentido de la responsabilidad también.

El destino ha querido que acabase encaminando mis pasos hacia el mundo artístico, y que haya construido mi vida alrededor de esta actividad. A menudo, contemplando esta cajita de pasteles Goya (que conservo todavía, como podéis ver), me pregunto si aquel día... recibí un testigo, finalmente.



1 comentario:

  1. Qué historia más bonita, Miguel.

    Yo tengo los Goya de mi madre, pero los que usaba para el cole me los compré (ese afán mío de acaparar lo viejo).

    Creo que sí recibiste un testigo. Y también creo que los ángeles dibujan. Yo conozco uno.

    Esto ha sonao cursi del copón, ja ja ja.

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