Ahora que se acercan estas fechas tan
especiales, no puede uno evitar echar la vista atrás y recordar cómo se sentía cuando era un niño. La Navidad es una época de
ilusión y tradiciones, de ternura y familia, pero nunca es tan bonita como
cuando se ve con los ojos infantiles, sin duda...
El preludio de las Navidades, el momento en el
que comenzábamos a ser conscientes de
que se acercaban, eran los trabajos manuales que comenzábamos a confeccionar en
la escuela. Eso y los villancicos que nos enseñaban, y puede que hasta la
pequeña representación que haríamos el último día de cole para todos los
padres. Siempre guardo el recuerdo de
una de ellas, cuando tenía 7 años y organizamos un belén viviente en el
edificio principal de la academia donde estudiaba (que era una pequeña casita
cuadrada en la que se impartían clases para dos cursos al tiempo). Se apartaron
todos los pupitres y allí nos colocamos todos disfrazados convenientemente. Yo
era un pastorcillo, y me tocó tocar un triángulo mientras cantábamos :) Nunca se me olvidará lo orgulloso que me sentía viendo a mis padres allí de pie tan contentos...

La clase se adornaba con las vidrieras de
cartulina y celofán, cadenas de papel charol, murales etc. que los alumnos
confeccionábamos durante las semanas previas a las vacaciones. Además también
hacíamos alguna cosita para casa, evidentemente. Algún muñequito de nieve (el
primer trabajo manual que recuerdo), hecho con algodón y el cartón de un rollo
de papel higiénico (Elefante,claro), un Papá Noel de cartulina, etc. Hacía
mucha ilusión llevar algo a casa, y también dar clase en un aula ambientada de
aquella manera. Misteriosamente, cuando volvíamos en Enero, los adornos habían
desaparecido como por arte de magia :)
Los alumnos de los cursos superiores solían
hacer un espectacular belén, al que a los más pequeños no nos dejaban ni
acercarnos. Tenía hasta agua corriente!
Finalmente, llegaba el día en que nos daban
las notas y las vacaciones de Navidad. “Hasta el año que viene!” era la bromita
típica. Y luego de vuelta a casa, contento, contemplando todos aquellos escaparates y
las tiendas repletas de espumillón y adornos de porexpan, con dos semanas de celebraciones por delante. Hoy en día los
comercios se siguen adornando, pero entonces era espectacular (o quizás muy hortera, no lo sé). Las estanterías
se llenaban de espumillón y bolas, que básicamente eran los adornos de los que
podíamos echar mano entonces. Y las calles se iluminaban con motivos
exclusivamente Navideños. Quizá no eran tan llamativos como los luminosos de hoy en día, pero al menos no había dudas
en cuanto a qué estábamos celebrando: Coronas de rey, velas con muérdago,
trineos, campanitas doradas... Ésas eran las decoraciones navideñas de los 60 y 70. Ahora parece
que intentamos desproveer de significado las Navidades, y solamente se está
interesado en conservar el espíritu consumista...

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He aquí el árbol que Jorba Preciados instalaba cada año en Puerta del Ángel, Barcelona. Años 70 |
Y esto nos lleva a los adornos de casa. Una
vez obtenidas las merecidas vacaciones, se imponía montar el belén y colocar
los adornos. Todos estos elementos dormían el sueño de los justos el resto del
año metiditos en su caja, y era fantástico ir sacándolo todo poco a poco y
despertar recuerdos de los años anteriores. En casa, las figuras del pesebre
fueron las mismas durante todo el tiempo que viví allí, y es entrañable
contemplarlas después de tantos años. Parece que te transportas a tu niñez,
como cuando te miras en una bola de navidad y durante un instante esperas
encontrar allí la cara del niño que fuiste, deformada cómicamente... Cada año se imponía la visita a la feria de
Navidad de la zona, donde quizás se incorporaría una nueva figurita al pesebre, y donde seguro se compraría el musgo reglamentario. Esas ferias eran –y por suerte, siguen siéndolo- entrañables...

En casa también montábamos un pequeño
arbolito, y un año mis padres compraron unos paquetitos brillantes que en su
interior guardaban pequeños juguetitos de madera: un jarroncito, un porrón,
etc. Claro, duraron ese año, porque los abrí todos :) Pero en
general, la variedad de los adornos era la típica y tradicional: angelitos con
cabecita de madera redonda y alas de cartulina, un Papá Noel de plástico, los
típicos zuecos de colores y espumillón y bolas a mansalva. Aquellas bolas tan
frágiles y bonitas, recordáis? siempre se rompía alguna, indefectiblemente...

La confección del pesebre era todo un ritual,
también. En casa había varios sitios favoritos para colocarlo: debajo de las
patas de la mesita alta del televisor (mi padre forraba con papel tres de los
lados y en aquel recinto colocábamos el belén. Ese año, instaló luces de colores
entre el musgo, dentro de las casitas de corcho, etc. Lo recuerdo como algo
increiblemente bello, aunque supongo que lo veía a través de los ojos infantiles de la fantasía.
Me pasé las navidades cantando villancicos con mi pandereta delante de aquel
estupendo pesebre), o directamente en el mueble del comedor. Se quitaban
los libros y los adornos de un par de módulos de estantería y allí poníamos el
belén. Cuando usábamos dos continuos, el paisaje estaba dividido
absurdamente por un panel vertical de madera, pero no nos importaba (ni a los
pastorcillos, que seguían su camino tercamente hacia el portal). Luego unas
tiras de espumillón en el borde, y listo! Poco a poco, cada día, una vez pasada
la Nochebuena, movíamos los Reyes hacia el portal, hasta que la noche de Reyes
los instalábamos justo delante (qué emoción). Hoy en día sigo manteniendo la tradición del pesebre en casa, aunque intento ser más lógico. Las desproporciones que se daban en la mayoría de pesebres de aquellos años eran un poco exageradas. Al final, como comprábamos las figuritas en sitios distintos y de diferentes fabricantes, el niño Jesús podía ser más grande que los tres Reyes Magos juntos, incluyendo los camellos :) Eso siempre me puso un poco nervioso... Bueno, eso y los ríos de papel de plata!
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Éste es el Pesebre que montamos en casa en la actualidad. Confío en que mis hijos
sigan la tradición en sus propias casas, de la misma forma en que yo la heredé de mi familia. |
En esos días nuestros padres hacían las
compras Navideñas. Hacía mucha ilusión (y te ponía los dientes largos esperando
el día de hincarlos en el género) ir a comprar los turrones (del duro, del
blando, nata-nueces , de frutas con mazapán y yema quemada), y el champán. Mi
padre tenía debilidad por la fruta escarchada, y también por el pan de higos :)
Y POR SUPUESTO, la compra estrella de las
Navidades: El pavo VIVO. Solíamos comprarlo en el Parque de la Ciudadela, donde
en esos días se montaban unos corrales llenos de pavos que los vendedores
ofrecían a los viandantes. En una ocasión, nos mandaron un pavo del pueblo, en
tren, metido dentro de una caja de cartón con agujeros, nunca se me olvidará. Y
en otra, celebramos las Navidades en la casa familiar, así que me tocó ir con
el pavo en los pies durante todo el viaje en nuestro querido 850. No puedo negar que los llevaba bien
calentitos, eso sí.
Cebábamos al pavo, que vivía sus últimos días
en la terraza, compartiendo espacio con nuestra perra Tina (la cual, siendo un
perro cazador, curiosamente parecía tenerles un miedo cerval a aquellas enormes aves que cada año invadían sus dominios en estas fechas) con granos de maíz, y he
de reconocer que casi doblaba su tamaño en una semana. Y finalmente, mi padre lo
finiquitaba el día antes de Navidad. Era un poco desagradable, y me ahorraré
describirlo aquí, pero al menos no había sangre de por medio, gracias a Dios. Y el pavo
con arroz que se cocinaba el día de Navidad (y el guisado de las pelotas de San
Esteban) bien valían el desagradable espectáculo, aunque a uno le costaba acostumbrarse a encontrarse con la enorme cabeza del pavo cada vez que abrías la nevera. Con el transcurso de los años, pasaron a comprarlo ya muerto
y limpio, listo para cocinar. Todo se pierde :) -Aunque confieso que es una de las tradiciones familiares que he estado encantado de romper, junto con la de la caza menor-

En fin, era fantástico estar en casa esos días de vacaciones, en pijama hasta
horas inusuales del mediodía, viendo programas infantiles en la tele o jugando con mis cosas, en aquel comedor
helado y con la vieja estufa encendida. Ocasionalmente, picaban a la puerta y
aparecía el barrendero, el cartero o el butanero con una tarjetita ilustrada. Mi madre le daba una propina, que ellos llamaban aguinaldo. Las tarjetitas eran muy
anticuadas incluso en aquella época. Yo creo que los diseños eran de los años
40, y nunca llegaron a cambiar, hasta que desapareció la costumbre de pedir el
aguinaldo por las casas. Mamá siempre hacía el mismo comentario cuando el barrendero se marchaba: "Me parece que yo a éste lo veo cada año por estas fechas, y no
más..." Es verdad. Las calles estaban muy sucias entonces, y raramente se
limpiaban, para qué lo vamos a negar. Al menos en el barrio del extrarradio
donde me crié...

En alguna ocasión recuerdo haber ido cantando
villancicos con un grupo de niños por el vecindario, y recibir yo también una pequeña propina por parte de los vecinos resignados :) Se diría que las Navidades eran una buena época para esquilmar a las buenas gentes...
El guardia urbano que dirigía el tráfico en el
centro de la población, no necesitaba ir por las casas pidiendo aguinaldos, ya
que algunos conductores (sobre todo los residentes) le dejaban regalos en forma
de botellas de champán, turrones y demás artículos navideños al pie de su pedestal.
Recuerdo haber pasado con el 600 de papá y dejarle una tabletita de turrón. El
guardia daba las gracias amablemente y escaneaba con su mirada escrutadora y algo amenazante el rostro del donante y el
coche. Puede que, durante el resto del año, alguna imprudencia leve fuese
perdonada , si el regalo era decente :) Era una
localidad pequeña, y todo el mundo se conocía...
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Viendo
esta fotografía, me doy cuenta de un
detalle que me había pasado
inadvertido, y sin embargo se repite en muchas de las imágenes de este tipo:
El balón hinchable. Parece ser un clásico de las donaciones al municipal...
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Otro hito de estas Fiestas es la inefable Lotería de
Navidad. Es curioso cómo, incluso hoy en día, en que hay multitud de sorteos,
loterías y juegos de azar donde elegir durante todo el año, el comprar lotería en Navidad es una tradición que
no se pierde. Antes era de lo más normal, claro. Porque sólo teníamos los ‘iguales’
y la lotería navideña (bueno, y la del Niño, claro). Las participaciones en los
comercios, los décimos que se compartían entre la familia, eran (y siguen siendo) una parte muy importante de las fiestas, como una forma de compartir la ilusión y repartir suerte y fortuna... Y luego el día de
la lotería, retransmitida en directo por televisión, con los niños de San
Ildefonso que cantaban en pesetas... Ese día se respira un ambiente especial en todas partes, especialmente el momento en que los 'niños de San Ildefonso' cantan algún premio importante. Aún recuerdo lo chocante que resultó oír
la misma cantinela con los euros. Uno no se acaba de acostumbrar, verdad?... Bueno, en aquella
época, la única manera que la gente humilde teníamos de ‘salir de pobres’ era
que te tocase la lotería en Navidad, básicamente. Ahora digamos que tienes un
abanico más amplio donde depositar tus esperanzas durante el resto del año :)

Y evidentemente, nos felicitábamos las
Navidades con tarjetas y por correo, nada de mails ni mensajes SMS, ni mucho menos
las típicas e-cards que ahora nos enviamos por correo electrónico o teléfono
móvil, auténticas horteradas donde las haya, reconozcámoslo... Entonces se compraban aquellas preciosas tarjetitas con purpurinas de Ferrándiz
en tu librería de confianza, se dedicaba una frase para cada casa, se metían en
un sobre, se escribía la dirección, se estampaba un sello y al buzón... Y luego
se rogaba para que Correos no se colapsase como cada año y las postales no llegasen
pasado Reyes :) Pero si lo piensas, eso también formaba parte de las fiestas, de alguna manera. Escribir las tarjetas en la mesa del comedor con mi madre es otro de
los recuerdos entrañables que guardo en la memoria...

La propia casa se llenaba de otras postales
que la gente que te quería te enviaba también... Otro elemento decorativo que
colocábamos en la librería, cerca del belén. Ahora a duras penas recibes las
de tus padres y la de algún amigo que todavía se aferra a las viejas tradiciones, por
suerte :) Y claro, la del Corte Inglés!
La televisión durante las vacaciones también
era diferente a la de ahora. Como comentábamos antes, había mucha programación
infantil estos días y también películas religiosas y programas especiales, con actuaciones musicales de los artistas del momento, en Navidad y Nochevieja. Una película que no fallaba casi
ningún año era La Gran Familia, con sus momentos hilarantes y algunos otros bastante dramáticos, como la inolvidable escena en la que Chencho se pierde en la Plaza Mayor, y su abuelo, encarnado por el actor Pepe
Isbert le va llamando a gritos con aquella voz tan cascada. La cantinela 'Chencho, Chencho' ha quedado como un icono cultural de nuestra generación. Bueno, tal
como lo veo, vendría a ser como nuestra ‘Qué Bello es Vivir’, no?(otra película
que nunca fallaba).
Oops! Casi me olvido del inefable Luis Aguilé y su clásica y entrañable canción navideña! No hubiera sido justo, sin duda...

Y entre película y película (y mazapán y
trocitos de turron que iban sobrando de las celebraciones y que sabían a gloria
antes del desayuno) la televisión, ya en aquélla época, nos martilleaba con los
anuncios de juguetes... Porque una de las cosas más importantes que nos sucedían a los chicos durante las fiestas, eran la venida de los Reyes Magos de Oriente... Los clásicos de la
época eran el fuerte Comansi, las muñecas de Famosa (que se dirigían diligentemente
al portal, como siguen haciéndolo todavía), nuestros queridos Madelman, los Juegos Reunidos Geyper, la inacabable lista de artículos de la Srta. Pepis, el CINEXÍN, la Magia Borrás, y un sinfín de juguetes y juegos que proliferaban en las
tiendecitas de aquellos tiempos. Claro, los juegos digitales no estaban ni en
el pensamiento todavía, y desde un juguete a un libro ilustrado había una amplia gama
de material para que los Reyes (ya que Papá Noel no se dignaba venir entonces)
escogieran... Para ello, claro, había que escribir la pertinente carta, cosa que hacíamos con una ilusión tremenda. Y luego entregarla, ya fuera a un paje o a una de sus Majestades en persona (siempre era mejor evitar intermediarios, si entendéis lo que quiero decir :)

Pero antes de esa etapa que de alguna forma
iba a dar punto y final a las fiestas, y después de Navidad y San Esteban, teníamos
el día de los Santos Inocentes... Ahora se ha perdido un poco la tradición,
pero entonces los chicos acudíamos en masa a las tiendecitas de juguetes y
quioscos a comprar artículos de broma para la ocasión. Bombas fétidas, líquidos
frío-calor, tintas que desaparecían, cualquier cosa era buena para endosarle
una buena broma a algún conocido. Aunque la estrella seguía siendo el humilde
muñequito de papel que se pegaba en la espalda del incauto de turno. Era muy corriente, ese día, ver
a algún señor que llevaba el muñequito colgando en el abrigo... Y por supuesto, ese día todo el mundo estaba muy pendiente de las bromas que nos solían gastar en los medios de comunicación... Un pequeño paréntesis de diversión entre las fiestas, aunque nunca he acabado de entender que un hecho tan terrible como el que se conmemora haya originado una celebración tan jocosa :)

En seguida llegaba la Nochevieja, y las
celebraciones familiares se retomaban... Tras la cena, el momento de las doce campanadas era
totalmente mágico, desde el punto de vista de un niño, claro. Seguir el ritual de los cuartos, las campanadas y tratar de
engullir todas las uvas a tiempo era algo misterioso y a la vez estresante. Los
chicos no conseguíamos hacerlo a tiempo, salvo si nos las metíamos todas a la
vez en la boca, pero nos maravillaba lo contentos que se ponían todos y cómo
levantaban las copas para brindar después. Otro año más caía, un nuevo número que
aprender para poner la fecha en los cuadernos de la escuela.

Qué poco nos
imaginábamos entonces lo agobiante que podría llegar a ser en un futuro, y cómo
añoraríamos aquellos numeritos que aprendíamos a componer entonces... 1968,
1973... cómo pasa el tiempo... Hoy en día cada casa se come las uvas con una
cadena diferente, pero entonces todos los españoles lo hacíamos al son de las
campanadas del reloj de la Plaza del Sol, preparándonos para el sprint final
mientras veíamos la bola caer con ese estrépito de campanadas rápidas que
preludia los cuartos. Al hilo de este tema, diría que antes la campanadas eran
más rápidas, y con el paso de los años han ido adaptando el ritmo a una
cadencia más cómoda, lo cual se agradece, y evita los típicos atragantamientos :) Creo que todos los de nuesta generación
recordamos el ÚNICO AÑO QUE NO NOS PUDIMOS COMER LAS UVAS a tiempo, cuando la pobre
Marisa Naranjo se hizo un taco con las campanadas y toda España, estupefacta,
escuchó sonar la última campanada con las uvas aún en la mano :) Eso pasó
en 1989... Desde entonces, todos los anfitriones que han seguido presentando las campanadas de Fin de Año se deshacen en explicaciones sobre el tema, con la intención de que nadie se
haga un lío. Aunque en justicia, creo que la primera vez que el proceso se explicó claramente, fue el año en que Martes y Trece se hicieron cargo, justo al cabo de un año del desastre naranjil :)... Algo así venía haciendo mucha falta, sin duda. Tantos y tantos años sin tener claro lo de la bola, los cuartos y las campanadas... Parece increíble, no? Bueno, tras la ceremonia, sólo nos quedaba ver el Especial Fin de Año hasta quedarnos dormidos...
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Puerta del Sol, Nochevieja del 71 |
Y entonces, sólo entonces, se abría la veda:
Los chicos ya estábamos impacientes y superexcitados ante la perspectiva de la
venida de los Reyes, algo que habíamos estado esperando durante todas las vacaciones. Anuncios de juguetes en la tele en plan intensivo,
escaparates tentadores por doquier... Era una semana que se hacía eterna, una espera a veces casi insoportable!

Sabías que, una vez llegados a ese punto, se
acababa lo bueno, pero la magia de los Reyes era mucha magia. Se organizaban
estupendas cabalgatas (más o menos como las de ahora, pero más discretitas, diría yo) a
las que acudíamos ilusionados intentando ver a nuestro Rey favorito entre toda la
marabunta, y de paso, coger algún caramelo de los que la comitiva iba lanzando. A veces uno de los Reyes nos miraba directamente y nos saludaba! Entonces se disipaban todas tus dudas: Habías sido bueno y esa noche tendrías tus merecidos regalos... Luego, de vuelta a
casa, a la cama prontito, que si los Reyes veían que estabas despierto, no te
dejaban nada, como nos decían nuestros padres con una fingida seriedad. Una vez, y lo digo bajito, pude ver parte del manto y la corona
cuando dejaban los juguetes en mi habitación, lo juro! Pero cerré los ojos muy
fuerte y me hice el dormido para que no se dieran cuenta. Por supuesto no había que
olvidar dejar algo de leche y unas galletas para los Reyes y un poco de agua para los camellos,
que sin duda estarían sedientos por el largo viaje...

Y lo que son las cosas, con lo que a uno le costaba dormirse, una vez lo habías hecho... Olvidabas completamente el asunto,
así que cuando despertabas por la mañana, un pensamiento súbito te asaltaba, corrías en pijama al lugar donde los Reyes solían dejar los regalos, y... allí
estaban, junto con los cigarros, las monedas y las botellitas de champán de chocolate, el carbón por las picias que
hubieras cometido durante el año y las piedrecitas y las olivas de caramelo... Los juguetes que
habíamos visto por la tele y habíamos anhelado durante todo el año... Lo siguiente que mandaba el reglamento infantil para estos casos, era ir a despertar a tus padres juguetes en mano, para enseñarles los que nos habían dejado sus Majestades, cosa que siempre les sorprendía sobremanera, por supuesto...
La algarabía de sirenas, llantos de muñeca, carrerillas y griterío infantil que se oía por el patio interior del edificio es algo que nunca olvidaré. Luego tocaba la excursión a las casas de los familiares más allegados, a llevar los juguetes que los Reyes habían dejado en casa y, lo más importante, recoger los que sus Majestades de Oriente nos habían dejado allí (siempre me pregunté el porqué de estos intercambios, pero supuse que era algo que los Reyes hacían para promover las reuniones familiares en esas fechas... Y ahora que lo veo todo con la perspectiva del tiempo y los años, me doy cuenta de que así era. Sus Majestades siempre fueron muy listos, verdad? :)

El día acababa con unos chicos derrengados pero felices, y cargaditos de juguetes que te habían de durar todo el año o al menos hasta tu cumpleaños... Antes la provisión de juguetes se hacía por estas fechas, y con ello nos conformábamos. Al menos los juguetes importantes. Para el resto del año siempre nos quedaban los kioscos :)
En resumen, podríamos decir que aún no hemos perdido del todo nuestras viejas tradiciones navideñas. Quizás en algún colegio se han suprimido los pesebres, quizás cada vez en más casas se recibe la visita de Papá Noel (que tiene la previsión de aparecer al principio de las fiestas, con lo cual
los niños tienen más tiempo de disfrutar con sus juguetes que con los que les dejan nuestros tardíos Reyes), puede que las calles luzcan adornos muy diferentes y que cada vez tienen menos que ver con los típicos de inspiración navideña que tanto recordamos, ya no nos visitan los carteros con la postalita de aguinaldo, y también puede que la espiritualidad de la Navidad se vaya perdiendo en pos de intenciones meramente comerciales, etc, etc. Pero seguimos celebrándolas, cada uno a su manera, cada uno a su modo. Y es una ocasión estupenda para reunir a la familia, y recordar a los que ya no están con nosotros para atacar los langostinos y los turrones como solían hacer antaño. Sea como sea, estas fechas siempre nos traen recuerdos de la infancia, y los que tenemos la suerte de tener hijos, podemos seguir viviéndolas con la misma ilusión con que lo hicimos de niños.
Pero hay un par de cosas que siempre me vienen a la mente cuando despierto la mañana de Reyes: Una, un vago sentimiento de tristeza porque las fiestas tocan a su fin, y la otra, el recuerdo de aquel día de Reyes en el que desperté y poco a poco, según mis ojos se iban acostumbrando a la penumbra del cuarto, pude distinguir la silueta de una bandera ondeando al viento sobre la torre de vigilancia de... MI FUERTE COMANSI! Los anhelos de todo un año materializados por fin en uno de los juguetes que con más cariño recuerdo... Gracias Majestades, por todas aquellas mañanas felices, y... Hasta pronto!