lunes, 13 de junio de 2016

DE VERBENAS Y PETARDOS...



Gloria a Dios en las alturas, recogieron las basuras de mi calle, ayer a oscuras y hoy sembrada de bombillas. Y colgaron de un cordel, de esquina a esquina, un cartel y guirnaldas de papel rojas, verdes y amarillas..." 

No puedo evitar que se me venga a la cabeza la canción de Serrat cuando pienso en las verbenas de San Juan (y San Pedro) de entonces. No es que difieran mucho de las de ahora, los elementos de la hoguera y los petardos (y la coca de San Juan) siguen estando presentes y siendo la base de esta celebración en muchos sitios, pero quizás antes eran más participativas: Las verbenas se organizaban por vecindarios, barrios o incluso por calles -dependiendo de la zona- y todo el mundo colaboraba para organizarlas...

Estos días ya se empiezan a oír los primeros petardos, pequeñas detonaciones evocadoras que me transportan a mi niñez…

El  auténtico pistoletazo de salida para la celebración era cuando todos los chicos del barrio nos poníamos de acuerdo e íbamos por las casas pidiendo muebles viejos que la gente ya no quisiera para, poco a poco, ir levantando lo que sería la hoguera de la calle.  A efectos de organización y logística nos dejábamos guiar por los chicos mayores, que ya tenían cierta experiencia. La construcción de una buena hoguera era algo que requería su técnica, así que, mientras los mayores plantaban una enorme estaca (para ir apilando los muebles a su alrededor), nosotros nos dedicábamos a picar a todas las puertas pidiendo algún trasto que no quisieran. La condición sine qua non era que todo enser recogido debía ser de madera, o al menos la mayor parte del mismo. ¡O simplemente, debía poder arder convenientemente! Era un buen sistema, y la gente aprovechaba para deshacerse de las cosas que ya no les servían... Hay que tener en cuenta que la carcoma, en la época, causaba verdaderos estragos (como las polillas, ¿quién no tenía aquellas perchitas de Polil en el armario?).

Poco a poco, íbamos trasladando lo que recogíamos al solar de turno (entonces abundaban los descampados sin construir, en la zona del extrarradio donde me crié) y lo íbamos apilando alrededor del poste formando un cono, hasta llegar a la parte más alta, con no pocos incidentes al ir colocando los últimos muebles en las zonas superiores.




Como colofón de la enorme montaña de maderos solíamos colocar un muñeco. Ahí es donde las madres del barrio hacían su aportación. Recuerdo sobre todo el  de la última hoguera, al que le cosimos unos cuantos ases en lo que venía a ser la mano, y le colocamos un cartel: Johnny el Trampas,  muerto por sacar un póker de 5 ases... Ingenuidad infantil y humor de la época, peligrosa combinación.


La confección de la hoguera duraba un par de semanas, y durante todo ese tiempo ya comenzábamos a tirar los primeros petardos (lo que, francamente, nos parecía lo más divertido de todo, sacando ese pequeño pirómano pirotécnico que todos llevamos dentro).



Para los más pequeños, había una amplia gama de petardos considerados aptos y seguros… Aunque supongo que, al final, no lo debían ser tanto, puesto que la mayoría fueron prohibidos más tarde o más temprano, por ocasionar quemaduras, por su toxicidad o por ser peligrosos en general.





Los más inofensivos donde los hubiera, eran las bombetas, el petardito que nos iniciaba en el apasionante mundo de la pirotecnia sanjuanera. Ya sabéis, ésos paquetitos envueltos en papel de seda, con la parte superior enrollada. Inofensivos, inofensivos, lo eran, pero los de entonces llevaban dentro unas piedras que, cuando la bombeta explotaba, salían disparadas con bastante mala leche. Lo más chulo era destripar una de éstas bombetas, para ver qué narices llevaban dentro que las hiciera explotar… Lo único que encontrábamos era un montón de serrín y algunas piedrecitas… Todo un misterio! Pero cuando las dejabas caer o las lanzabas, petaban, que era lo interesante.




El segundo artefacto más inocente era la bengala. Básicamente igualitas a las de ahora, sólo que las chispas QUEMABAN que no veas. Los picotazos cuando sostenías una de éstas eran importantes. Parece que, con los años, han logrado controlar y suavizar este tipo de pirotecnia dirigida a los más menudos, lo cual es una suerte, porque entonces, las quemaduras en los dedos estaban a la orden del día (y en la ropa también). Cuando yo era un chaval, sólo las teníamos de luz blanca. Ahora se han sofisticado un poco, y ya las hay que emiten chispas de colores…






Las reinas de las quemaduras a traición eran sin duda lo que nosotros llamábamos ‘rasquetas’ (también llamadas mistos Garibaldi, mistos Trueno o Triquitraques). Unas tiras muy largas de cartulina con unos pegotitos de algo que, al rascarlo contra una superficie rugosa (normalmente la pared), se inflamaban y producían una serie de estallidos y chispas, hasta que se consumían completamente, cobrando la apariencia de la cabeza de un fósforo calcinado. A veces, mientras las rascabas, ardían de pronto, y muchas veces te dejaban la uña negra (y la pared también). Aunque había uno en mi calle que ahuecaba las manos y dejaba que las rasquetas se consumieran entre crepitaciones dentro de ellas, sin hacer siquiera una pequeña mueca. 

La verdad es que se trataba de porciones de fósforo blanco y sesquisulfuro de fósforo, en una combinación que podía resultar letal si se deglutía. He sabido que, en 1973, un grupo de niños pequeños sufrieron una intoxicación que llevó a algunos a la muerte, tras haber ingerido algunos de estos mistos.

Parece ser que en el año 1963, su manufactura y venta ya habían sido prohibidas, pero se seguían ofreciendo de forma clandestina en las casetas y pequeñas tiendas que vendían petardos durante las fiestas, unas ventas difíciles de controlar...


Habían otros llamados pedernales: eran una especie de piedras redondas, bañadas en fósforo, que producían chispas si las lanzabas contra el suelo o las paredes. Creo que se acabaron prohibiendo también porque algún coche que otro se incendió con las chispas, al lanzar alguno de estos pedernales debajo…
Recuerdo también unos que nosotros llamábamos ‘truenos’. Eran unos paquetitos  envueltos en papel marrón, como de embalaje, y sujetos con cordel, muy prietos. Lo lanzabas contra una pared y explotaban con una detonación bastante considerable, y dejando una buena mancha negra de hollín en la misma, que no salía con nada! Ah, también los prohibieron, por razones evidentes… ¡Todo prohibido!
Otros de los petarditos estrella eran las piulas, unos petardos muy finitos y largos, de color verde, que se siguen fabricando. Y los clásicos chinos, con su papel estampado de estrellitas. Venían (y todavía se siguen empaquetando así) montados en una pequeña traca, y forrados con papel de colores. Si la deshacías, tenías un montón de petardos individuales de estallido medio, muy útiles para meterlos en botellas, latas, o grietas de las paredes y ver qué pasaba.


Y los borrachos? Con su errática trayectoria a ras de suelo, hacían que todo el mundo huyese levantando las piernas cómicamente. Nunca se sabía dónde irían a parar! Y allá donde lo hacían, producían alguna quemadura que otra.
Yo diría que entonces no teníamos la increíble variedad pirotécnica de la que los chavales disponen ahora: pistolas que disparan serpentinas, coches y tanques que evolucionan por el suelo mientras disparan salvas de chispas, avispas que se elevan dando vueltas, bolas de humo de colores, fuentes de todo tipo desde las más minúsculas a las baterías de cohetes… La oferta era mucho más reducida, y prácticamente todo el género del que disponíamos simplemente estallaba o lanzaba chispas luminosas… Pero para nosotros era simplemente alucinante el poder disponer de aquellos sencillos, pero efectivos, explosivos. Hay que decir, en honor a la verdad, que se ha ampliado muchísimo la gama de pirotecnia infantil, pero se siguen conservando todavía algunos clásicos que apenas han cambiado con el tiempo.


Además de toda esta parafernalia pirotécnica (en mi opinión, el alma de la fiesta), en algunas zonas la verbena se celebraba cerrando y decorando las calles (cosa que hacían todos los vecinos en cooperación) y organizando actividades lúdicas de todo tipo, que duraban más o menos desde una semana antes de San Juan hasta la verbena de San Pedro. Para los mayores, orquestas o pequeños espectáculos itinerantes ocupaban, por la noche, la cabecera de las calles. Para los más pequeños, payasos, piñatas (se colocaba una cuerda de lado a lado de la calle, con una olla llena de harina y algunos juguetes y dulces, y a los chicos se les vendaban los ojos y se les daba un garrote, con el cual tenían que acertar en la olla siguiendo las indicaciones de la audiencia. Tres oportunidades se les daba, y si no acertaban, el desafío pasaba al siguiente niño), carreras de sacos, chocolatadas, etc. durante el día…
La noche de la verbena, se montaban unas enormes mesas donde todos los vecinos (que durante el año habían ido aportando dinero mensualmente para el fondo de la organización de las fiestas) disfrutaban de una cena en comunidad. Esta costumbre se sigue manteniendo aún hoy en día en algunos barrios, pero poco a poco parece que se va perdiendo. Era muy bonito, para variar, ver la calle donde vivías transformada de esa manera, decorada y cerrada al tráfico… Y con un montón de actividades y juegos diferentes cada día, y aquel olor a pólvora flotando en el ambiente. Uno tenía la sensación de estar en un sitio totalmente distinto al habitual. No es que entonces hubiera mucho tráfico , pero el poder moverte con tu bici o tus patines por en medio de la calle (una calle que, de pronto, parecía increíblemente amplia, sin vehículos aparcados junto a las aceras) sin que ni siquiera apareciese un coche de vez en cuando, era algo totalmente inusual y placentero. ¡Además, ya estábamos de vacaciones, lo cual era un valor añadido sin duda!


Por fin, la noche de la verbena, tras la cena –en la que no podían faltar las cocas (de frutas o chicharrones) y el cava,  y entre vapores de pólvora y alcohol y estallidos de petardos (los más pequeños enarbolando sus bengalas y lanzando las bombetas a los pies de las señoras, ante el –un poco fingido- escándalo de éstas), se encendía la hoguera, y todo el mundo miraba fascinado el fuego, un espectáculo atávico e hipnótico donde los haya… Aún recuerdo el día en que un camión del ayuntamiento, acompañado de una patrulla de la policía municipal, cargó toda la madera que teníamos apilada y preparada para la gran noche y se la llevaron. Las hogueras en los barrios habían quedado, como no, prohibidas por motivos de seguridad… A partir de aquel año, en el barrio donde crecí, ya nunca se volvió a encender una hoguera la noche de San Juan…


Y no olvidemos cómo, al día siguiente, los chicos rebuscábamos por las calles los petardos que habían quedado sin estallar. Montones, si los sabías buscar... Las mechas eran muy cortas, así que había que andar con mucho ojo y ser muy rápidos, o te estallaban en los dedos (que se te quedaban dormidos durante una hora)
Y  tras la verbena de San Pedro, siempre menos intensa que la de San Juan, llegaba el triste momento de desmontar las banderitas y las decoraciones y de recoger mesas y sillas… hasta el año siguiente.
Y con la resaca a cuestas, volvía el pobre a su pobreza, volvía el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas… Las fiestas de San Juan, preludio del verano que llegaba, habían acabado. San Juan: Una noche mágica donde las hubiera, llena de luz, música y misterio… El solsticio de verano, la noche de las hogueras y, sobre todo, sobre todo, la noche de los… petardos! Pim, pam, pum!
"Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta..."




1 comentario:

  1. Jo, qué suerte. Yo no fui de verbena hasta bien entrada la adolescencia (qué sosa, joé).

    Claro: de entrada, en mi calle no bajábamos a jugar, y además por San Juan íbamos donde mi abuela, con lo cual todavía conocía a menos niños, aunque desde el balcón veía las hogueras, cómo saltaban sobre ellas y lo mucho que se divertían.

    Recuerdo que unos días antes vinieran niños a por los muebles viejos, que mi abuela retiraba sin ningún remordimiento simplemente porque habían aparecido algunos agujeritos de carcoma (madre mía, la de cosas vintage que desaparecieron ahí).

    Te curras un montón las entradas, te sugiero (encarecidamente, añado) que las guardes en word. Lo digo para que evites disgustos. Te lo dice alguien que ha sufrido varias experiencias de este tipo... ainssss.

    Un beso pa tós. :-)))

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