jueves, 16 de abril de 2015

DE FERIAS (LOS CABALLITOS)...


Aquellas ferias de nuestros días, que a menudo
se instalaban en descampados polvorientos...



Pocas cosas hay que hagan más feliz a un niño que escuchar de sus padres estas palabras: ‘Venga niño, que nos vamos a la Feria!’… (Bueno, quizás: ‘Venga niño, que nos vamos al Parque de Atracciones!’ o 'Venga niño, que nos vamos al Zoo', pero eso será motivo de otra entrada, seguramente). Y las cosas en aquella época no eran muy diferentes: Ir a la feria, a montar en aquellas ingenuas y a veces toscas atracciones era una de las mejores aventuras que la vida infantil podía depararnos…





Ferias… Un mágico y cautivador universo de luces, sonidos, aromas y sabores que nunca se olvidan, por muchos años que pasen. Sirenas estrepitosas que anuncian el fin o el principio de los  viajes, el olor del algodón de azúcar, el sabor de aquellos cocos frescos sumergidos en agua…No os pasa que lo recordáis todo ENORME? :) Con los años, cuando uno vuelve a estos sitios (que, en honor a la verdad, no han cambiado demasiado), ya con sus hijos, se maravilla de cómo estas atracciones tan diminutas nos podían parecer un inmenso mundo entonces. Porque aún uno descubre algún carrusel o tiovivo de los años 60 que ha seguido funcionando y haciendo felices a varias generaciones durante todo este tiempo–sólo que ahora, a 3 euracos el viaje!!
En el sitio donde crecí, anualmente y coincidiendo con la Fiesta Mayor, se instalaba la Feria. Recuerdo algunas de las atracciones estrella de la época (me ceñiré a las que me estaba permitido subir cuando era un niño –un niño que solía marearse si le daban demasiadas vueltas, por cierto :))…


Uno de los clásicos de las ferias de la época era EL TREN DE LA BRUJA, y aún lo podemos ver en muchas de ellas, aunque lamentablemente, no parece gozar de demasiada popularidad en estos tiempos, donde priman más las sacudidas y  la velocidad que el viajar en un trenecito viéndose hostigado por una bruja armada de pequeñas escobas, empeñada en sacudirte con ellas a la más mínima oportunidad (la verdad, es que, si lo analizas, suena bastante absurdo, ya que uno no acaba de entender muy bien la relación que puede haber entre las brujas, los trenes y los escobazos :)
Lo que más recuerdo de esta atracción es cómo, de muy pequeñito, me pasaba todo el viaje acurrucado junto a mis padres, muy asustado de aquella bruja que nos intentaba pegar con la escobilla… Y que, cuando el tren entraba en la zona oscura del túnel, aún me asustaba más :) Con el tiempo, uno aprende a ver los tejanos y las bambas debajo de la túnica, y a arrancarle las escobas a la bruja para conseguir un viaje gratis! Bueno, y luego le ves los tatuajes en los antebrazos… :)




Los carruseles (o caballitos, o tiovivos, como los conocíamos entonces –de hecho, nosotros le llamábamos ‘ir a los caballitos’, a ir a la feria) eran una de las atracciones más representativas de este lugar.  Uno podía sentarse allí al volante de un coche de bomberos o de una ambulancia (incluso de una diligencia, sujetando las codiciadas riendas) mientras daba vueltas tranquilamente, y saludaba a sus papis cada vez que el carrusel daba una vuelta completa (con la edad, he podido comprobar lo pesado que puede llegar a ser tener que saludar al niño cada vez que llega a tu altura, como unas 8 veces por viaje, pero les hace –nos hacía- mucha ilusión :)) Las motos tampoco estaban nada mal, y los aviones y las naves tenían su aquél, pero, los camiones de bomberos, con aquellas campanitas y escaleras cromadas… Eran lo más! Y venga a tocar los botoncitos de los coches, menudo guirigay. Los más osados (o los que no andaban listos y ligeros a la hora de escoger vehículo, técnica depurada donde las hubiera), escogían las sillitas. Y el tipo del carrusel les hacía dar vueltas y más vueltas sobre sí mismos…



Otra de las atracciones estrella de las ferias: LOS AUTOS DE CHOQUE… A ver… Quién no se ha dejado casi los piños en uno de aquellos choques frontales? Porque, entonces, los coches no llevaban cinturón de seguridad, como ahora… Y además, dejaban montar a quien quisiera, sin importar ni la altura ni la edad. Yo montaba con mi primo, uno conducía, y el otro, pisaba el acelerador (porque las dos cosas al mismo tiempo, como que no llegábamos directamente). Cómo envidiábamos a aquel tipo que corría por la pista apartando los coches que acababan su viaje, y qué rabia daba que se te subiese en el tuyo. Y las chispas que soltaban los troles en forma de gancho, en la red del techo? Y las primeras fichas metálicas, en lugar de las de plástico que luego se impusieron…
Con el tiempo, y conforme ibas metiéndote en los 70, esa atracción se iba convirtiendo en el reino y refugio de una serie de tipos malcarados con pelos largos -sobre todo por detrás- portando generalmente aquellos peines de colores chillones con mango curvado en el bolsillo trasero: Los –que nosotros llamábamos entonces- 'quinquis'! –hoy más conocidos como 'chonis' o 'lolos' :) Los bordes de madera de las pistas se convertían entonces en un sitio peligroso, y casi siempre trataban de sablearte 5 duros para un viaje (los rumores decían que esos peines tan horteras iban ‘cargados’ de sal entre sus púas, para rajarte la cara y provocarte un escozor mortal :) Yo más bien creo que eran para peinarse las greñas y reconocerse entre ellos! –Siento mucho si alguno ha tenido un pasado oscuro y se siente identificado con este colectivo, es lo que hay, la venganza es un plato que se sirve frío :)



Los estridentes y distorsionados comentarios de los tombolistas es algo que tampoco se olvida fácilmente. Desde el  ‘qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto!’ hasta ‘Y mira la chochona, qué guapa la chochona!’, cada uno de estos artistas ha tenido su propio sello. Estaría bien recopilarlos en algún álbum :) Lo que no fallaba nunca era lo mal que funcionaban aquellos equipos de sonido. O quizás es que nadie les había dicho que había que apartarse un pelín el micro de la boca!
En los años 60 y 70, la tómbola era una de las atracciones más populares. Hasta llegó a acuñar dichos como: ‘A ése le han dado el carné de conducir en la tómbola!’,para designar a un mal conductor… La gente compraba boletos y esperaba con ansia ver si les había tocado algo. Yo creo que aquellos jamones, los comediscos y todos los regalos buenos eran añejos ya, nunca vi a nadie ganar uno de ellos :) Como máximo, te podías llevar un peluche enorme. Eso sí, lo dejábamos todo perdido de los restos de aquellos sobres y boletos de colores no premiados…



Mi preferida sin lugar a dudas, en cuanto tuve edad de sostener la carabina, era la caseta de tiro. Tumbar aquellas bolas y recibir a cambio un puñado de caramelos! Qué más podía pedir uno? Bueno, que los cañones de las escopetas estuvieran rectos… Darle a las bolas era fácil, pero partir uno de aquellos palillos y conseguir un puro para mi padre era prácticamente imposible! Mira que tenía ganas, eh? Pero no hubo manera nunca... (de todas formas, mi padre no fumaba puros, quien no se consuela es porque no quiere).



Y por fin, un paseo por los sabores de la feria: Martillos de caramelo, manzanas de caramelo, CHUPETES de caramelo, algodón de azúcar… El paraíso de los dentistas (si es que en aquella época hubiéramos ido regularmente, claro :) Bueno, como decían nuestros padres: ‘son los dientes de leche’… Lo malo era que… las muelas no se cambiaban! :) Altramuces, CHUFAS, coco fresquito… Y para los papis, aquellas casetas donde preparaban bocadillos y cervecitas, la feria acogía a todos, de toda condición y edad…



Como nota curiosa, y pese a que no era una atracción típica de la zona donde crecí, yo aún pude ver en alguna feria a los barquilleros. Tenías que jugar a una ruletita, y si ganabas (que ganabas), te daban un barquillo… Un premio que sin duda, en los años 40 ó 50, tenía su aquél, pero en plenos 60, resultaba ya un poco absurdo...




En fin, las ferias (y más por la noche, con todas esas luces y bombillas de colores parpadeantes) siempre me evocan recuerdos de infancia, aunque ahora me da la sensación de que las veo desde las alturas :)
Por cierto, uno de los momentos más tristes en la vida de un niño, quizás sea aquel en el que descubres que, repentinamente, un buen día ya no cabes en el coche de bomberos… Adiós campanita, adiós!
Parafraseando a Cabrel, el momento en el que el abrigo de la niñez comienza a resbalar de tus hombros...


5 comentarios:

  1. Miguel me ha encantado poder montarme en tu feria…. Me lo he pasado pipa con tus comentarios y en las atracciones… !hay la campana del camión de bomberos…!

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  2. Me alegro de que te haya gustado. Son buenos recuerdos, y además, universales! La campana era la leche, eh? :)

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  3. Lo guai era poder subirse en el lugar "de verdad" del conductor, aunque en todas las plazas del autobús o del camión de bomberos hubiera volante... no era lo mismo.

    Me encantaba subirme en un caballo, o en una moto. Es que en seguida dejé de caber en los cochecitos, que una dio el estirón pronto (aunque luego se quedó en ná, ja ja ja).

    Y las sillitas voladoras... sólo me gustaban si el tipo me dejaba tranquila, si me hacía girar sobre mí misma ya no me molaba tanto, que acababa como una sopa.

    Tus entradas son geniales, que lo sepas...

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  4. Gracias, pero me limito a contar lo que recuerdo... Espero no tener muy distorsionada la memoria :))

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  5. Puff!! Cuánta emoción contenida!!!Las navidades pasadas, los veranos, nuestros juguetes, las ferias... Gracias por esta terapia!!! Alivian las penas de almas adultas magulladas por el tiempo!!!!

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